Domingo del ciego de nacimiento
Cristo devolvió la vista a un ciego de nacimiento; ¿qué hay en ello de maravilla? Cristo es el médico por excelencia, y con esta merced le dio lo que le había hecho de menos en el seno materno. ¿Fue distracción o inhabilidad éste dejarle sin vista? No ciertamente; lo hizo para dársela milagrosamente más tarde.
Sus discípulos le preguntaron: Señor, el haber nacido este ciego, fue culpa suya o de sus padres? Él les respondió lo que acabáis de oír conmigo: Ni pecó él ni sus padres; nació ciego, para que se manifestaran las obras de Dios en él (Jn 9,2-3). Ya veis por qué difirió el darle, lo que no le dio entonces. No hizo entonces lo que había de hacer más tarde; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía.
Aquella ceguera no se debió a la culpa de sus padres ni a culpa personal, sino que existió para que se manifestaran las obras de Dios en él. Porque, aunque todos hemos contraído el pecado original al nacer, no por eso hemos nacido ciegos; aunque bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién no ha nacido ciego, en verdad? Ciego de corazón. El Señor que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó igualmente las dos.
San Agustín, Sermón 136,1-3
Celebración litúrgica
1S 16, 1b. 6-7. 10-13a. David es ungido rey de Israel.
Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.
Ef 5, 8-14. Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.
Jn 9, 1-41. Fue, se lavó, y volvió con vista.