a) Origen y formación
1. El antiguo rito hispánico formó parte del grupo de liturgias de lengua latina que, entre los siglos V y VII, se constituyeron en Occidente.
No todas las liturgias occidentales lograron alcanzar su pleno desarrollo. Nada ha sobrevivido de las liturgias de Cartago y de Aquileya, que no superaron la fase inicial. Muy poco se ha salvado de la liturgia beneventana. Se llegó a la compilación de algunos libros del rito céltico, en Irlanda; pero su contenido demuestra el escaso rendimiento de lo que habría tenido que ser su período de creatividad. El rito de Milán, con su producción musical, ejerció un influjo decisivo en la composición de los cantos del rito romano y con ello se impuso como modelo supremo en Occidente; su escuela eucológica conoció un momento de esplendor; pero circunstancias históricas impidieron que siguiera formándose libremente hasta la compilación definitiva de sus libros litúrgicos. Algo semejante ocurrió a la liturgia galicana, que tuvo sus orígenes en la región de Provenza y que fue prácticamente desechada cuando el Reino franco-germánico adoptó el rito romano.
Las dos únicas liturgias occidentales que pudieron formarse ampliamente, con abundancia de medios, sin límites de tiempo y sin obstáculos de cualquier género procedentes del exterior, fueron los ritos romano e hispánico.
2. En la formación del rito hispánico, intervinieron tres grandes sedes metropolitanas: Tarragona, Sevilla y Toledo.
La mayoría de autores de textos y cantos quedó en el anonimato. Pero la tradición ha conservado algunos de sus nombres: Justo de Urgell (primera mitad del s. VI), san Leandro de Sevilla (c. 540-600), san Isidoro de Sevilla (c. 560-636), Pedro de Lleida (med. s. VII), Conancio de Palencia (med. s. VII), san Eugenio II de Toledo (+ 657), san Ildefonso de Toledo (c. 610-667), san Julián de Toledo (c. 642-690).
3. Varios factores contribuyeron al pleno desenvolvimiento del rito hispánico. En primer lugar, una sólida base cultural, que en la época de la dominación romana había dado ya nombres ilustres a la literatura latina, y que logró mantenerse en las zonas más latinizadas de la Península, a pesar de las sucesivas invasiones y de las guerras entre invasores.
Gracias a una relativa paz religiosa obtenida con la conversión oficial al Catolicismo del Reino de los Visigodos (Concilio III de Toledo, a. 589), florece en España un verdadero humanismo latino, fomentado por la corte visigótica, del que son representantes san Isidoro, san Braulio, san Eugenio y san Ildefonso. Los textos eucológicos constituyen el patrimonio literario más importante de los siglos VI y VII (Cf. nn. 65 y 70).
4. Los autores hispánicos que dedicaron su arte literario o musical a la composición de piezas litúrgicas sabían ya, por experiencia, lo que la liturgia significa, en cuanto instrumento catequético, para la vida de la Iglesia (Cf. n. 63). Ellos seguían el ejemplo de sus venerables predecesores, que habían actuado, al principio, guiados por una especie de intuición profética. El fenómeno de la creatividad en España se produjo más tarde y se prolongó mucho más que en las otras iglesias del ámbito mediterráneo.
Los Padres hispánicos, observando lo que sucedía en otras iglesias, habían aprendido que, para infundir la doctrina católica y una espiritualidad verdaderamente cristiana en la mente de los fieles, resultaban más eficaces los textos litúrgicos que los tratados, los sermones o las homilías. En la oración, la teología no se presentaba ya como materia sujeta a ulteriores discusiones, sino como iluminación de la fe, que el cristiano, sumergido en la presencia de Dios, se asimilaría pacíficamente.
Por eso la eucología, la himnodia, las centonizaciones bíblicas de los cantos sacros, fueron los géneros literarios preferidos en la España de aquella época.
5. La solicitud de las iglesias, en España, para realizar sabiamente, del mejor modo posible, la celebración de la Eucaristía y del oficio divino, la ordenación del año litúrgico y la administración de los sacramentos y sacramentales, se manifiesta también en la atención que los concilios dedican a las cuestiones litúrgicas.
Disposiciones relativas a la liturgia emanan de los concilios de la provincia Tarraconense de la primera mitad del siglo VI, de los concilios de Braga y, a partir del IV Concilio de Toledo (a. 633), que consagra a la liturgia diecisiete de sus cánones, volverán a ocuparse de liturgia varios de los concilios toledanos del siglo VII.
6. En la formación del rito convergen, por lo tanto, la obra literario-doctrinal de los Padres de las Iglesias hispánicas y la legislación de los concilios. Pero el valor documental de las disposiciones conciliares no siempre es de carácter estrictamente disciplinar.
San Isidoro de Sevilla, en sus años juveniles, había escrito el tratado De Ecclesiasticis Officiis, que bien puede ser considerado el primer «manual de liturgia» de la historia. Allí se demostraba ya informado sobre los usos litúrgicos de otras iglesias occidentales. El mismo san Isidoro, en la plena madurez de su erudición y su experiencia pastoral, presidió el IV Concilio de Toledo y redactó personalmente las actas del mismo. Los cánones relativos a la liturgia no eran ya simples normas de observancia, antes bien cada uno de ellos contenía una ilustración adecuada para que fuesen comprendidas las razones históricas o doctrinales de lo que el concilio ordenaba.
El X Concilio de Toledo (656) instituía la fiesta de Santa María, el 18 de diciembre. Esta vez el canon 1 fue redactado por san Ildefonso, que jugó un papel decisivo en aquel concilio. Las razones que en el mismo se exponen son de máximo interés para la historia y la teología del año litúrgico (Cf. n. 154).
7. Desde las iglesias hispánicas que, antes de proceder a la constitución de una liturgia autóctona, habían adoptado formularios procedentes de otras iglesias (Cf. nn. 50, 90-91, 95), se siguieron observando los signos de evolución que se producían en otras iglesias locales. Ni en el momento de mayor intensidad creadora, se pierde el contacto con las lejanas liturgias de Oriente -de tipo alejandrino, antioqueno o siro-caldeo- y con las más cercanas de la Galia meridional, Milán y Roma (Cf. nn. 79-80). La liturgia hispánica iba afirmándose, manteniéndose siempre vinculada a la tradición universal.
8. De una.provincia a otra, se establece un intercambio de la producción eucológica y musical respectiva.
La uniformidad, en materia litúrgica, invocada más de una vez por los concilios, si realmente llega a realizarse, se limita al ámbito de la provincia eclesiástica. Se difunden las listas de perícopas bíblicas, los cantos y textos eucológicos de la Misa y del oficio; y todo esto se convierte en patrimonio común. Pero cada una de las iglesias metropolitanas lo ordena a su propio modo.
Esto explicará que en las fuentes que han llegado hasta nosotros deba reconocerse la existencia de dos tradiciones distintas (Cf. nn. 15-16) y que, en manuscritos de una misma tradición, se verifiquen divergencias de composición de una cierta importancia.
9. De la necesidad de preparar los textos para la celebración, nacieron compilaciones parciales y provisorias, en forma de libelos, y de éstos, se pasó a los primeros esbozos de los libros litúrgicos.
En realidad no se podía pensar en la codificación definitiva de los libros hasta que no se registrasen los primeros indicios de extinción del período de la creatividad. Esto acontece con la muerte de san Ildefonso.
La compilación de los libros litúrgicos, o gran parte de ellos, es atribuída a san Julián por su mismo biógrafo. Con ello se daba un paso decisivo hacia la efectiva uniformidad litúrgica, por lo menos en dos provincias eclesiásticas: la Tarraconense y la Cartaginense; la capitalidad de la Cartaginense se había establecido en Toledo.
b) Período mozárabe
10. La invasión de los árabes que en pocos años, del 711 al 719, ocuparon casi por entero la Península Ibérica, interrumpió bruscamente el proceso evolutivo del rito hispánico.
Algunos clérigos consiguieron emigrar llevando consigo los libros litúrgicos. Un oracional del oficio, procedente de Tarragona, se conserva actualmente en Verona. Otros enriquecieron las bibliotecas de las escuelas monásticas, en donde florecía el renacimiento cultural promovido por Carlo Magno y sus sucesores. De este modo, textos de origen hispánico fueron incluidos en la composición del pontifical romano-germánico.
Un baluarte de resistencia a la ocupación islámica se había establecido en Asturias. Apenas consolidada aquella base para la futura reconquista, el año 790, Alfonso el Casto decretó que en Oviedo fuese restaurada la liturgia palatina, tal como se había celebrado en Toledo.
11. Los emigrados que se habían refugiado en la Septimania, armados y dirigidos por los jefes militares del Reino de los Francos, en 782 habían liberado las dos vertientes de los Pirineos orientales. Desde allí reconquistarían sucesivamente los condados de la Marca Hispánica, y éstos formarían Cataluña. En la zona liberada se instalaron varios monasterios benedictinos que introdujeron el rito romano.
En los códices litúrgicos de rito romano copiados en Cataluña, concretamente en la parte correspondiente al ritual, subsistieron elementos del rito hispánico.
12. En cambio, el antiguo rito seguía celebrándose en la España ocupada por los árabes y en los nuevos reinos de León, Castilla y Navarra. Se han conservado un gran número de códices y fragmentos del rito hispánico copiados, durante los siglos X y XI, en los escritorios de León, San Millán de la Cogolla, San Juan de la Peña, Santo Domingo de la Calzada y Santo Domingo de Silos.
Los manuscritos demuestran la existencia de un reflorecimiento musical, que habría tenido lugar durante el siglo X. Los centros principales habrían sido León y San Millán. Ese movimiento renovador implicaba una relativa creatividad. No se limitaban a transcribir los cantos antiguos, sino que los enriquecían con nuevos versículos.
El fenómeno de la creatividad se extiende al campo de la eucología. A Salvo de Albelda (+ 962) se atribuyen una serie de misas votivas, que podrían identificarse con las que componen la tercera parte del liber ordinum. Algunos de los manuscritos del siglo XI transcritos en Silos han conservado otros textos eucológicos que corresponden aproximadamente al mismo período.
c) Abolición y relativa supervivencia del rito
13. Legados del papa Alejandro II impusieron la sustitución del antiguo rito por el rito romano en el monasterio de San Juan de la Peña (1071). El papa san Gregorio VII obtuvo, después de la implantación del rito romano en Leyre (1076), que el rey Alfonso VI convocara el Concilio de Burgos (1080), en el que se decretó la abolición del rito «gótico» en los reinos de Castilla y de León.
14. Los que, hallándose en la España ocupada por los árabes, querían permanecer fieles a la religión de sus padres, para poder celebrar el culto cristiano o participar en él, tenían que pagar un tributo especial a las autoridades locales. Estos recibieron el nombre de «mozárabes».
Al liberar la ciudad de Toledo (1085), el rey Alfonso VI concedió a los mozárabes, en reconocimiento a sus méritos, el privilegio de poder seguir celebrando el antiguo rito hispánico en las seis parroquias que entonces existían en Toledo.
El arzobispo Bernardo de Sahagún (1085-1124) intentó suprimir tal privilegio. Pero las comunidades mozárabes, a las que, a principios del siglo XIII, se habían incorporado un gran número de emigrantes de la España meridional y del norte de África, defendieron tenazmente su sagrado derecho.
Los escritorios de las parroquias de las Santas Justa y Rufina y de Santa Eulalia siguieron renovando los libros litúrgicos del antiguo rito durante los siglos XII y XIII, hasta principios del siglo XIV.
15. Los manuscritos copiados en la parroquia de las Santas Justa y Rufina se distinguen de los demás códices procedentes del norte de la Península y del escritorio de Santa Eulalia de Toledo.
La tradición A, representada por la mayoría de los manuscritos, revela una compilación más perfecta y elaborada de los libros litúrgicos destinados a la celebración de la Misa y del oficio divino.
Pero la tradición B, representada por los que proceden del escritorio de la parroquia de las Santas Justa y Rufina, presenta signos innegables de arcaísmo, y no puede en modo alguno ser considerada una versión deformada de la otra tradición.
Las divergencias entre ambas tradiciones no conciernen solamente a la ordenación o correspondencia' de los textos; consisten también en detalles, algunos de una cierta importancia, de la estructura de la Misa y del oficio. La mayor independencia entre ellas se verifica en las distribuciones de lecturas para la Misa.
16. Dada su extensión, la tradición A no puede ser otra que la que resultó de la obra de codificación de san Julián de Toledo.
Varios indicios inducen a identificar en la tradición B la liturgia tal como se celebraba en la iglesia metropolitana de la provincia Bética, la sede de san Leandro y san Isidoro, que los emigrantes del sur habrían llevado consigo a Toledo, y que habrían celosamente observado en la parroquia dedicada a las mártires sevillanas.
d) Restauración del Cardenal Cisneros
17. El Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, al tomar posesión de la sede arzobispal de Toledo, el año 1495, se dio cuenta enseguida del valor religioso y cultural de la liturgia de los mozárabes. Advirtió también los peligros de extinción que la amenazaban.
Ante las dificultades que comportaban la necesidad práctica de renovar continuamente los libros litúrgicos y la iniciación de los nuevos sacerdotes a un rito tan peculiar, casi todas las parroquias mozárabes habían adoptado el rito romano. La que perseveraba con mayor constancia en la conservación del rito era la parroquia de las Santas Justa y Rufina.
18. Para asegurar la continuidad del rito ancestral, el Cardenal Cisneros instituyó la Capilla Mozárabe, le asignó el altar-capilla del Corpus Christi sito en la misma Catedral, para que allí se celebrara todos los días el oficio y la Misa según el antiguo rito, y confió al canónigo Alfonso Ortiz la preparación de una edición impresa del misal y del breviario.
El canónigo Ortiz formó una comisión de capellanes mozárabes. Dirigía los trabajos el párroco de Santa Justa y Rufina; todos habían constatado que éste era el que estaba mejor preparado para la lectura e interpretación de los códices.
De este modo, probablemente sin que entonces nadie se diese cuenta de ello, los libros impresos prolongaban la existencia de la tradición B (Cf. nn. 15-16). Gran parte de los manuscritos de que se sirvieron los editores del misal y del breviario han desaparecido.
19. El año 1500 apareció en Toledo el Missale mixtum secundum regulam beati Isidori, dictum mozarabes y en 1502 el Breviarium secundum regulam beati Isidori.
El misal fue reeditado en Roma, en 1755, con una presentación y notas explicativas del jesuíta Alejandro Lesley. La reedición de Lesley fue reproducida en la Patrología Latina de Migne, tomo LXXXV. Posteriormente el Cardenal Francisco Antonio de Lorenzana, arzobispo de Toledo, publicó, también en Roma, el año 1804, una nueva edición corregida del misal, bajo el nombre de Missale Gothicum secundum regulam beati Isidori Hispalensis episcopi.
El mismo Cardenal Lorenzana había reeditado ya el breviario, en Madrid, el año 1775, con el título de Breviarium Gothicum, secundum regulam beatissimi Isidori. La Patrologia Latina de Migne, en el tomo LXXXVI, reprodujo esta edición revisada del breviario.
20. Los primeros estudios de la época moderna que tomaron en consideración el antiguo rito hispánico conocían solamente las ediciones del misal y del breviario. El epíteto dictum mozarabes del título del misal de 1500 indujo a los investigadores a adoptar la denominación de «mozárabe». Conviene notar, sin embargo, que el primer editor de un manuscrito litúrgico hispánico, J. Bianchini, que publicó el oracional festivo conservado en Verona, lo llamaba Gothico-Hispanus.
Considerando impropio el término «mozárabe», otros investigadores han preferido designarlo «visigótico», que resulta a su vez cronológicamente restrictivo y realmente inadecuado.
Es verdad que el antiguo rito hispánico se desarrolló mayormente durante el período del Reino de los Visigodos. Pero ni los medios expresivos de que se sirvieron sus autores, ni el contenido doctrinal que en él se ha acumulado, son de origen visigótico.
En realidad, el rito hispánico ahondaba sus raíces en una cultura ancestral hispano-romana, y adaptaba a su propio ambiente una tradición litúrgica cristiana greco-latina.