En el ángulo nordeste del claustro se construyó a partir de 1397 la Capilla de San Blas, erigida por mandato del Arzobispo D. Pedro Tenorio para su enterramiento. Se trata de un espacio de planta centralizada cubierto con una bóveda octopartita cuyos nervios descansan sobre ménsulas. Se accede a ella a través de una portada gótica de arco apuntado y arquivoltas decoradas con motivos vegetales. Sobre ella se enmarca un grupo escultórico de la Anunciación tallado por el escultor Ferrán González, autor también de los sepulcros de Pedro Tenorio y de su fiel consejero don Vicente Arias, obispo de Plasencia, situados en el centro de la capilla.
Sin duda alguna el mayor tesoro artístico que guarda esta capilla son las pinturas murales que la decoran, y que recientemente se han podido rescatar y restaurar, ya que estaban desde muy antiguo deterioradas por las humedades. Las situadas por encima de la cornisa, reproducen los diferentes pasajes del Credo. El ciclo se iniciaría en el lado Oeste, con la representación de los evangelistas San Juan y San Lucas en actitud de escribir. Desde ésta y siguiendo el movimiento de las manecillas del reloj se han conservado las siguientes escenas: la Anunciación (muro Oeste); la Adoración de los pastores, Jesús ante Caifás, La Crucifixión, el Santo Entierro (perdido), el Descenso al Limbo (perdido); la Ascensión de Cristo (muro Este); el Hijo sentado a la Derecha del Padre, el Juicio Final, Pentecostés, la Resurrección de la Carne (muro Sur); y la Transfiguración en el Monte Tabor (muro Oeste). Bajo la cornisa sólo se conservan algunos fragmentos del Juicio Final (Oeste), de la historia de San Antonio (Norte) y de la vida de San Blas (Este). Sobre el arco de entrada a la capilla se pintaron varias escenas de la vida y milagros de San Pedro.
Todos los autores coinciden en resaltar el influjo italiano de estas pinturas, herederas de la mejor tradición giottesca, acercándolo al arte de alguno de los maestros florentinos que trabajaron en la Península a finales del Trecento, que es el caso de Gerardo Starnina y Nicolás de Antonio, documentados en esta época en Valencia y Toledo (retablo de San Eugenio de la catedral).