Procession: The Eucharistic Jewels
Ramón Gonzálvez es quien con más autoridad ha investigado y escrito sobre la posible fecha de la introducción en Toledo de la Fiesta del Corpus con su Solemnísima Procesión. Aunque la tradición viene sosteniendo que, en 1280, Alfonso X el Sabio ya presidió una Procesión del Corpus en Toledo, no hay indicios documentales sobre ello. Según los documentos que se conservan, sólo puede afirmarse que fue ya en el siglo XIV, concretamente en su primer tercio, cuando la Fiesta del Corpus y su Procesión es mencionada y aludida en España. El Papa Urbano IV la había instituido en 1264 por la bula “Transiturus”. La Cristiandad la fue adoptando gradualmente. En Toledo la definitiva aclimatación de la Fiesta del Señor (entonces así llamada, “Corpus Domini”) tuvo lugar durante el episcopado del arzobispo don Jimeno de Luna (1328-1337).
Por entonces, y más en concreto en 1338, ya poseía la Catedral Primada una espléndida Custodia, la primera de que se tiene noticia por cierto inventario conservado en el Archivo Catedralicio. Por él sabemos (noticia que transcribe Ramón Gonzálvez) que “era de plata esmaltada y se componía de dos piezas, una exterior a modo de templete y ora interior, u ostensorio, en forma de sol radiante, extraíble, rematada en una cruceta. Todo el conjunto descansaba en una peana para apoyarla en unas andas con varales.” Al parecer se trataba de una Custodia de gran valor que estuvo en uso hasta que desapareció, en 1521, en la Guerra de las Comunidades. El humanista Jerónimo Münzer, que estuvo en Toledo en 1495, la pudo admirar como “la mejor custodia de plata” que había visto en su vida, “cuyo peso es de 800 marcos”, añade.
Estos datos revelan que, desde el establecimiento de la Fiesta del Corpus en Toledo, la Catedral Primada se esmeró cuidadosamente por celebrarla con el mayor esplendor y dignidad. Pero va a ser la época de Isabel la Católica, y la especial devoción e interés de esta magnánima Reina, cuando el esplendor de la Fiesta y la Procesión inicia la línea ascendente y mantenida que llega hasta nuestros días. Al comienzo de estas páginas empezábamos refiriéndolo.
Una obra maestra de la orfebrería del siglo XV destaca por su peculiar belleza en la Procesión del Corpus. Llega hasta nuestro tiempo desde la época de Isabel la Católica. Me refiero a la cruz y Manga procesional, que abre y dirige el cortejo conducida en carroza con ruedas por cuatro acólitos. Se trata de la monumental Cruz de Alfonso V de Portugal, llamado “el Africano”, que este rey regaló al arzobispo toledano Alfonso Carrillo de Acuña (el célebre prelado que gestó y presidió el matrimonio de los Reyes Católicos). Se trata de una joya gótica florenzada, toda de plata dorada y repujada. Sus ciento setenta centímetros de altura y los ochenta de sus brazos están, en todo detalle, labrados con un delicadísimo trabajo de orfebre genial: pináculos, figurillas en diminutas hornacinas… La figura de Cristo, de plata sin dorar, con una calavera a los pies y dos huesos trenzados… Un ángel en cada brazo de la Cruz recoge con un cáliz la sangre que mana de las manos de Cristo traspasadas por los clavos, mientras en lo alto corona el pelícano eucarístico picoteándose el pecho para dar alimento a sus hijuelos… En el reverso, decoraciones geométricas y vegetales, los cuatro Evangelistas con sus símbolos en los cuatro brazos de la Cruz y un Pantocrator en bajo-relieve enmarcado en el centro en un tondo.
Ya en época del cardenal Cisneros, en 1510, se bordaba la Manga que adorna a la Cruz como base y soporte. Se trata de un cuerpo cilíndrico forrado de tela lujosa, dividido en cuatro escenas. El artífice Esteban Alonso bordó dos ellas: el martirio de San Eugenio, primer obispo toledano y la milagrosa Aparición de Santa Leocadia a San Ildefonso. Montemayor bordó la Adoración de los Magos. Y Alonso Sánchez la Asunción de la Virgen.
Todas estas escenas, de finísima labor, van enmarcadas por pináculos góticos y rematadas por arquerías del estilo gótico florido en hilo de oro. En la parte inferior se remata con ribete azul, sobre el que destaca el escudo del Cardenal Cisneros, con flecos de plata dorada. En su parte superior, la pieza cilíndrica se proyecta en un cono de ocho piezas triangulares de tela bordada con motivos vegetales en oro y plata.
Otra pieza de la época de Isabel la Católica es la no menos célebre Cruz del Cardenal Mendoza. En el desfile procesional preside, como guión capitular, a los canónigos y clérigos del Cabildo de la Catedral. Es obra de gran valor artístico e histórico. Su disposición es la propia de una cruz patriarcal, con brazos mayores y brazos menores. Sus medidas son: 55 cm. de altura, 30 cm. los brazos mayores y 20 cm. los brazos menores. Fue labrada en plata dorada y estilo gótico. El cardenal Mendoza, en su testamento, la legó a la Catedral de Toledo, destacando el valor histórico que la adornaba, pues se trata del primer símbolo cristiano que se colocó en la Torre de la Vela de la Alambra, tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Manda el cardenal Mendoza que su Cruz se custodie para siempre en la Catedral de Toledo, en su Sagrario, “en memoria de tan gran victoria”, y no salga nunca de ella salvo para procesiones.
La Custodia de Enrique de Arfe
Sin duda, el mayor servicio artístico que la Catedral de Toledo, sus arzobispos y su clero capitular, han hecho a la Procesión del Corpus, y a mayor honra y esplendor del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, ha sido a lo largo de la historia la Custodia de Enrique de Arfe.
Considerada la más bella joya que haya elaborado jamás el ingenio humano, consta de dos piezas sabiamente armonizadas y articuladas con tal perfección que quien la contempla no percibe diferencia ni contraste. Sin embargo, como decimos, cabe distinguir entre el Ostensorio de Isabel la Católica y la Torre Eucarística o Custodia (propiamente dicha) de Enrique de Arfe.
El llamado Ostensorio de Isabel la Católica es la pequeña custodia que, en 1505, por encargo de Cisneros, el canónigo toledano Alvar Pérez de Montemayor adquirió en la almoneda de los bienes de Isabel la Católica, en la villa de Toro. Se pagó por ella más de un cuento (es decir, un millón) de maravedises. Esta admirable custodia había sido fabricada por el orfebre Almerique a finales del siglo XV, con el primer oro que Cristóbal Colón había traído de Las Indias: impresionante pieza de 17 kg. que el descubridor entregó a su propio hijo Diego con el encargo de que lo llevase en persona y lo obsequiase en su nombre a la Reina Isabel la Católica.
Consta esta admirable joya de una base hexagonal decorada con relieves de flores y ángeles, sobre la que sucede una serie de elaboradísimas linternas que se decoran con cresterías, figuras de santos y esmaltes. Sigue hacia lo alto una plataforma hexagonal en que destacan seis preciosas esmeraldas, otros tantos jacintos y veinticuatro esmaltes. Sobre esta plataforma descansan y se elevan hacia la altura seis columnitas repujadas y rematas en sendos pináculos, sobre las que descansa una pequeña cúpula con tres cornisas que se adornan a su vez de cresterías, balajes, esmaltes y zafiro. Sobre esta cúpula remata la pieza más famosa del Ostensorio, conocida como “palomar” por la serie de diminutas palomas que con graciosa naturalidad se asoman a través de unas ventanitas. El “palomar” está cuajado de rubíes (tres, de bello tono morado), tres zafiros y veinticuatro perlas. En la especie de templete que forman las mencionadas columnitas es donde se aloja el “viril”, custodiado por cuatro ángeles con los símbolos de la Pasión y cuajado de perlas en forma de cruces. El “viril”, que acoge la Sagrada Hostia, fue realizado en 1550 por el orfebre Pedro Hernández, por encargo del célebre canónigo Diego López de Ayala. En el año 1600 se colocó, como remate del “viril”, una cruz de diamantes, obra del platero Alonso García.
La Custodia de Enrique de Arfe surge del noble deseo de fabricar un digno cobijo, más bien un majestuoso trono, para el Ostensorio de Isabel la Católica. El cardenal Cisneros convocó un concurso de proyectos. Y Enrique de Arfe, orfebre alemán que había venido a España en el séquito de Felipe el Hermoso, fue designado para fabricar la Custodia. Como han señalado tantos investigadores repetidamente, el modelo que siguió fue la armónica y esbelta Torre Eucarística del Retablo Mayor. Tardó ocho años y medio en terminar la obra, entre 1515 y 1524.
El resultado fue una elegantísima torre gótica, un inextricable laberinto de ojivas, de dos metros y medio de altura, construido a base de cinco mil seiscientas piezas y doscientas sesenta estatuillas articuladas entre sí con unos siete mil quinientos tornillos. En su ejecución se emplearon 183 kilogramos de plata, 18 de oro y numerosas perlas, esmaltes y piedras preciosas.
Una amplia base estructurada en dos cuerpos sirve de arranque de la sutil arquitectura. Un primer cuerpo, con la estructura de un dodecaedro de estilo herreriano (finales del XVI), exhibe los escudos heráldicos de diferentes arzobispos, entre ellos el de Cisneros, bajo cuya égida se construyó la Custodia, como se expresa en la inscripción que así lo acredita. Sobre éste, un segundo cuerpo refuerza la base con más minuciosas decoraciones: escenas de la Pasión, enmarcadas, y doce figuras en relieve, de estilo plateresco.
Sobre esta base o podium se yerguen, estilizados y armónicos, los seis pilares góticos de dos metros de altura que soportan y ensamblan toda la estructura, mientras otros seis pináculos volados, de un metro de altura, articulándose entre sí con arbotantes, dan una impresión de estructura airosa, volátil y evanescente, como de arquitectura en el aire. Por doquier adornan pequeñas esculturas de meritoria labor de orífice y motivos de la más pura esencia gótica: pilastras, gabletes, arcos apuntados y conopiales, más y más diminutos pináculos y campanillas que, al moverse, producen una deliciosa música característica…
Toda esta arquitectura se cierra a media altura con una armónica cúpula gótica estrellada, conformándose así un primer gran cuerpo cuyo amplio espacio acoge el Ostensorio de Isabel la Católica con el “viril” de la Sagrada Hostia.
Sobre la cúpula que cierra este primer gran cuerpo se forma un templete a base de un doble arco trilobulado, adornado con sutiles arquerías y pináculos, treinta y cuatro figuras de ángeles, apóstoles y santos… En el espacio interior del templete se yergue, abanderado y triunfante, un Cristo Resucitado, que se adivina entre un espeso bosque de pilastras y pináculos.
Otro escalón más arriba, y ya en un espacio más reducido, pues la arquitectura va adelgazándose y estilizándose en forma piramidal, un pequeño Niño Jesús porta una cruz y una bola del mundo, rodeado de profusión de diamantes, cresterías y más y más pináculos. Este cuerpo se cierra a base de cuatro nervios que conforman una mandarla y cobijan una paloma de alas extendidas y una campanilla.
En todo lo alto luce su esplendor una cruz de esmeraldas. Sabemos que la confeccionó en 1523 el orífice Laínez con tres onzas de oro y más de cinco onzas de plata, cuatro esmeraldas y ochenta y seis perlas. Sin duda, espléndido y digno remate para coronar la Custodia de Arfe.
Muy pronto la Custodia fue objeto de ciertos retoques y reparaciones que procuraron perfeccionar sus formas y su estilo. Algunos de los más importantes se llevaron a cabo durante el episcopado del cardenal Gaspar de Quiroga. La reforma que más afectó su aspecto fue, en ese período, llevar a cabo el dorado de la plata para que no contrastara tanto el color del oro del Ostensorio de Isabel la Católica. El dorador fue Diego de Valdivieso ayudado por veinte plateros más, pues hubo que desmontar pieza a pieza toda la Custodia de acuerdo con las instrucciones dejadas en todo un libro por Arfe. Más de un año duraron los trabajos de dorar la plata, dejándose en su color natural sólo ciertas figuras y partes para conseguir una más armónica combinación cromática.
La Custodia se guarda durante todo el año en la capilla dedicada al tesoro catedralicio, donde es admirada por cuantos visitantes se acercan a la Catedral. Allí descansa sobre rico trono barroco, labrado en 1740 por encargo del arzobispo infante Luis Antonio de Borbón, hermano del rey Carlos III. El platero toledano Manuel Bargas Machuca fabricó este trono en plata y bronce dorado sobre diseño de Narciso Tomé. Son de destacar en el conjunto cuatro ángeles de más de un metro, de bella factura barroca.
En 1781 se construyó la Carroza en que actualmente la Custodia es paseada por las calles de Toledo en la Procesión del Corpus. Sus adornos son del gusto barroco y rococó, policromados y dorados: cráteras o fruteros y racimos, grutescos, sirenas en las esquinas y cuatro medallones con los evangelistas en el centro de los cuatro lados.
Cada año, en la mañana del Corpus Christi es el merecido trono del mismísimo Dios que en ningún espacio terrenal se siente más honorablemente acomodado que en ella.